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sábado, 22 de octubre de 2011

PROTAS (y III)

Aunque se podrían escribir una buena ristra de posts sobre el protagonista, vamos a quedarnos en un tercero y, si queréis, en el futuro retomamos el tema. Para acabar la serie, refirámonos un aspecto importantísimo que en la creación de nuestro protagonista deberíamos tener en cuenta: el objetivo que persigue.

Una de las fuerzas más poderosas que mantienen al espectador "pegado a su butaca" es, sin duda, el objetivo que persigue. No en pocas ocasiones de consultoría me he encontrado con historias en las que el guionista no tiene claro qué es lo que el protagonista quiere conseguir, qué es por lo que lucha a lo largo de la historia. A veces, parece tenerlo claro al principio pero, en seguida, el protagonista comienza a hacer cosas que no tienen nada que ver con la consecución de ese objetivo, lo que llevaría al espectador de la posible película a preguntarse: "pero, ¿qué hay de lo que querías al principio? Si estoy aquí es por saber si lo vas a conseguir o no".

El objetivo del protagonista bien podría ser averiguar quién es el asesino, ser el empresario más rico del mundo, conseguir el amor de tu vida o matar a un monstruo que pone en peligro a la humanidad. Pero también, si el público al que nos dirigimos tiene un perfil distinto, por ejemplo más intelectual (aunque habría que discutir a qué se llama "intelectual"), el objetivo podría ser superar un sentimiento de culpa, ser aceptado por su entorno o averiguar el origen de un complejo que le limita socialmente.

En cualquier caso, ayuda que el objetivo lo conozcamos más pronto que tarde en el transcurso de la historia, y que la consecución (o no) del objetivo ocurra lo más tarde posible. Y que durante todo el proceso intermedio veamos a nuestro protagonista haciendo cosas por conseguir ese objetivo. Cortas interrupciones provocadas por el desarrollo de alguna subtrama son perdonables –incluso deseables– pero, si pasa demasiado tiempo en el que el protagonista no hace nada concreto por conseguir su objetivo, entonces el público se sentirá decepcionado por percibir que el autor no cumple la promesa hecha al inicio de la historia que rezaría: "esta es la historia de fulanito de tal intentando conseguir el amor de menganita de cual".

Un apunte antes de cerrar este asunto: ocurre pocas veces pero, en ocasiones, el objetivo del protagonista puede cambiar siempre y cuando esté absolutamente justificado por la historia. Como muestra, El tercer hombre, de Carol Reed: Joseph Cotten interpreta a Holly Martins, quien comenzará la historia intentando conseguir salvar el honor de su amigo Harry, interpretado por Orson Welles. En el punto medio de la historia se produce un cambio radical, a partir del cual Holly pasa a estar en contra de su amigo y a colaborar con la policía en su detención y muerte. El cambio lo justifica el desconocimiento absoluto que Holly –y el público– tiene de las fechorías de Harry.

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